Han pasado 1,095 días desde que Juan Francisco Sandoval, exfiscal anticorrupción, dejó Guatemala. En su columna, comparte su lucha y esperanza en medio de la adversidad. A pesar de la corrupción mantiene viva su fe en la justicia.
Cuántas cosas han ocurrido en los últimos 3 años, este período en que mis pies no han andado por las calles de mi país. Esta eternidad, que se vive para mí como luto diferido, me hace remembrar las principales afectaciones en mi mundo: despojo, perversidad y esperanza.
Imaginarse o suponer lo que el prójimo vive, es un hábito recurrente en la conducta humana. Tampoco he sido adepto a victimizarme.
Cuando algunos periodistas en Guatemala criticaban mi forma de ser, algunos remarcaron mi frialdad. Pero en estas líneas quiero trasladar la sensación de estar fuera, lejos de los tuyos, un gesto distante del prejuicio que se cernía sobre mí.
La intención de quienes decidieron eliminarme, tuvo el objetivo de destruir mi carrera, dinamitar mi reputación, asesinar mi futuro; casi lo consiguen, no lo he de negar.
Para ellos era inconcebible, que quienes trabajamos en la antigua FECI y el esfuerzo anticorrupción en el que acompañó la CICIG, lo hicimos con mucho afán, ímpetu y sometimiento a la ley.
Esto chocó con el empeño de esas fuerzas poderosas, quienes nos vieron como un gran obstáculo en su empeño de que privilegios, tráficos de influencias, sobornos, blanqueos de capitales, manipulación en la elección de cortes, no se continuaran exponiendo ante los tribunales de justicia.
Trabajamos con la bandera de la buena fe, mezclada con una dosis de ingenuidad ante la virulencia de la reacción del crimen que nos acechaba.
Los fiscales éramos el eslabón más débil del sistema de justicia, sin inmunidad y con el avasallante ejercicio del principio de jerarquía, potenciado por una fiscal general aliada del crimen organizado.
Juan Francisco Sandoval continúa con: Desde mi destitución ilegal, otros cientos de fiscales corrieron la misma suerte. La FECI fue desmantelada, y el 95% de quienes la integrábamos en 2021, han sido destituidos, han renunciado, los han trasladado, se han exiliado y/o los han procesado. Todos criminalizados ilegalmente.
Rupturas familiares por doquier, los amigos dejaron de serlo. El recuerdo de la patria y nuestra vida pasada en ella, lastima constantemente el corazón; pero, aquí estamos vivos y pensantes para guardar la memoria de esta tragedia.
Abonando a esta descripción, se encuentra la perversidad con que los actores corruptos utilizaron el sistema de justicia para aplastarnos.
Los casos implantados, la prueba artificiosa, las mentiras ante la opinión pública, la utilización de las plataformas institucionales, los medios de comunicación afines y cómplices de la impunidad, las redes sociales.
Tener todo el Estado en contra, no es nada fácil. Vivir a la distancia con la incertidumbre de qué pasará con los tuyos y ser testigos remotos de cómo se retuerce la ley para perjudicarte, no es nada sencillo.
Saber, escuchar y documentar, la manera en que han coaccionado a amigos, ex compañeros y a cualquier persona vinculada con mi anterior trabajo para que falsamente declararan en mi contra, tampoco ha sido nada asequible.
Pero la gente valiente que fue objeto de presiones maliciosas, ha seguido mostrando sus virtudes, no sucumbieron a las intimidaciones y por esa razón el sistema fue arrollador en su contra, pero jamás lograron romper su integridad y dignidad.
Esa gente tan meritoria, a quienes llevo en mi corazón hasta la eternidad, es la que me hace pensar que en medio de todo lo ocurrido hay gente buena, como la hay en el terruño donde vivo y siempre seré “el extranjero”, donde he encontrado muchos gestos de solidaridad, cariño y humanidad.
Por supuesto, en mi país hay gente muy dañina y con poder, pero la mayoría del pueblo de Guatemala es noble y así nos hizo vivir y soñar en el 2023, con su manifestación en las urnas y el ejercicio ciudadano en esas calles que añoro.
Ante lo ocurrido, sobreabundan las explicaciones, pero podré morir satisfecho de lo que he hablado con la divinidad a la que advoco mi fe, que mis padres y mis seres queridos me han escuchado y que ellos saben que en mi vida me he conducido con mucha convicción y fe en el respeto a la ley.
Juan Francisco Sandoval concluye: No pierdo la esperanza que la justicia llegará, mas temprano que tarde, para esa gente que ha hecho tanto daño a mi vida, mi familia, mis seres queridos y que ha intentado seguir dañando a mi país.
Han pasado 1,095 días desde mi salida, en medio de la tempestad que dejó caer la mafia en mi contra, se que el futuro será mejor.